Los cristianos creemos que la Biblia es la Palabra de Dios y por eso nos acercamos a ella con respeto. Nuestro respeto a la Biblia nos exige dar toda la atención y trabajo necesarios para asegurarnos de que entendemos, hasta donde sea humanamente posible, lo que Dios dice en ella.
Esto a veces se hace difícil porque, como ya dijimos, la Biblia es un libro de “otro mundo”. Estamos separados del mundo de las Escrituras por barreras. Barreras del tiempo y del idioma. El Antiguo Testamento fue escrito por muchos autores en hebreo y en arameo a lo largo de 1400 años. El Nuevo Testamento fue escrito en griego 1900 años atrás.
También estamos separados del mundo de la Biblia por barreras geográficas y culturales. En el caso del Antiguo Testamento la cultura que más nos interesa por supuesto es la hebrea, pero para comprenderla necesitaremos también información de las costumbres y de la cultura en Mesopotamia. Para el Nuevo Testamento necesitaremos información sobre la región mediterránea y sobre la cultura de lo que conocemos como el Imperio Romano. Todas estas culturas son muy diferentes a la nuestra.
Tomemos un pequeño ejemplo de cómo estas consideraciones de lo que llamamos contexto pueden enriquece enormemente nuestro estudio de las Escritura. Examinemos el texto que encontramos en Filipenses 1:27.
Pase lo que pase, compórtense de una manera digna del evangelio de Cristo… (NVI)
Las palabras de este verso son fáciles de entender, por supuesto. Pero si conocemos algunos datos adicionales de su trasfondo se abrirán ante nosotros nuevas perspectivas en su estudio. Mencionaré dos.
Primero, la frase “compórtense de una manera” traduce una sola palabra. ¿Por qué no se traduce utilizando una sola palabra en castellano? Porque no existe. La palabra que aquí aparece en forma verbal tiene la misma raíz que la palabra “ciudadanía” que aparece en Filipenses 3:20:
En cambio, nosotros somos ciudadanos del cielo…
Ya que no tenemos en nuestro idioma el verbo “ciudadanar” hace falta toda una frase para transmitir el sentido de una sola palabra. Esto cobra mayor importancia si consideramos el segundo dato del contexto cultural del verso. Me refiero a lo que se conocía en el Imperio Romano como ius italicum, la “ley de Italia”.
Esta ley daba a algunas municipalidades del Imperio el privilegio de convertirse en algo así como “una Roma fuera de Roma”. Este privilegio se le otorgó a la ciudad de Filipos en el año 31 a.C por su participación en una importante batalla (49 a.C ). Esta distinción daba a sus habitantes, considerados ciudadanos romanos, derechos idénticos a los que tenían quienes residían en la capital del Imperio. Estaban exentos de impuestos y podían comprar, poseer y transferir propiedades, así como entablar demandas legales. El idioma de Filipos era el latín y en la ciudad se vestía a la usanza romana. Su constitución estaba modelada de acuerdo a la de Roma, así como su arreglo general, arquitectura y monedas. Filipos se convirtió en una “pequeña Roma”. Seguramente esto era motivo de razonable orgullo para los filipenses.
Ahora las frases “compórtense de una manera digna del evangelio de Cristo” y “nosotros somos ciudadanos del cielo” se entienden como un recordatorio de la más importante ciudadanía que ostentaban los filipenses como seguidores de Cristo y que como tales debían de vivir.
Mirar la Biblia con los ojos de aquellos para los que se escribió es una labor con exquisitas recompensas.
Jose R. Martinez MD., MDiv., DD. (hc)
3 de junio de 2019.
Granollers, Barcelona